29 septiembre, 2012 | 15:00 hrs.
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Reforma tributaria, el valor de un buen acuerdo

En marzo de 2010 desembarcamos en el Congreso una nueva generación de parlamentarios, que habíamos constatado cómo la solidez de nuestras instituciones y el diálogo democrático de los últimos veinte arios habían permitido generar cambios sustantivos para Chile. Fuimos observando con preocupación, sin embargo, que durante sus dos primeros años, el gobierno de la Alianza enfrentaba un clima político complejo, alejado de ese espíritu de entendimiento y marcado por la ausencia de liderazgos, e incluso de la responsabilidad que hasta hace poco abría caminos para el progreso de los chilenos. Se había interrumpido ese diálogo democrático, que confrontaba posiciones con una mirada constructiva, y el gobierno debía sortear a una oposición cada vez más dispuesta a paralizar su agenda de reformas, en vez de poner sus voluntades y experiencia a disposición de los desafíos que el Presidente Piñera proponía al país, todos ellos vitales para alcanzar las metas que tenemos por delante. ¿Cuál es, a mi juicio, el valor central de la aprobación de la Reforma Tributaria? Desde la mirada de quien llegó al Congreso confiado en sumarse a los espacios que habían impulsado tantos y tan sólidos acuerdos, la propuesta sellada entre el Gobierno, la Concertación y la Alianza representa un giro en esa trayectoria de obstrucción y de enfrentamiento. Es cierto que algunos, y en particular la UDI, planteamos nuestro desacuerdo con el envío de un proyecto de reforma tributaria. Estimábamos innecesario modificar la carga de impuestos, entre otras razones, porque atravesamos por un momento de crisis económica internacional y porque creemos que es posible alcanzar los mismos objetivos, por otros caminos. Sin embargo, con la misma convicción, nos pusimos a disposición para encontrar una fórmula que permitiera destrabar un proyecto que, hasta ese momento, estaba prácticamente desahuciado y respecto del cual se habían generado tantas expectativas. El valor de la reforma tributaria excede, por mucho, el efecto fiscal y la recaudación de recursos para un fin tan trascendente como la educación. Aun cuando su tramitación se extendió más allá de lo razonable, abrió un debate político en el que pusimos sobre la mesa, con transparencia y de cara a la ciudadanía, la diversidad de visiones económicas, sociales, e incluso ideológicas, que conviven en nuestro Parlamento. Nos puso por delante la tarea de reconocer cuáles eran los objetivos comunes y en qué aspectos era posible ceder, hasta alcanzar una propuesta. Esa tarea es la que da el más profundo sentido a la democracia y la que espera la inmensa mayoría de los chilenos de nosotros. No nos pide que renunciemos a nuestras convicciones para alcanzar éxitos temporales, tampoco que nos confrontemos para aprovechar fuerzas políticas circunstanciales o provocarle derrotas al gobierno de signo opuesto: nos exige debatir con responsabilidad y acordar todos aquellos cambios que sirvan, en el más amplio sentido de la palabra, a Chile. El acuerdo demostró que las instituciones y las coaliciones políticas han recuperado la capacidad de alcanzar consensos, de aplacar las pasiones y los egoísmos, para reconocer un propósito común, que es servir a Chile. Y ratificó, una vez más, que es en el Congreso Nacional en donde los representantes democráticamente elegidos por la ciudadanía debemos buscar los consensos necesarios para el progreso del país. Tenemos ahora por delante el desafío de tramitar en el Congreso la Ley de Presupuestos para el año 2013. Es de esperar que tanto la Concertación como la Alianza sepamos reiterar las voluntades y el liderazgo que hicieron posible la reforma. Más allá de nuestras legítimas aspiraciones y de las visiones políticas que representamos, tenemos la oportunidad de responder a la ciudadanía y de honrar la solidez institucional que hemos sido capaces de construir en las últimas décadas. Cito a Patricio Aylwin en su primer mensaje del 21 de mayo: «El Gobierno, el Congreso Nacional, los Tribunales de Justicia, los partidos políticos, las organizaciones sociales, tenemos en esta etapa una responsabilidad histórica: estar a la altura de lo que Chile tiene derecho a reclamarnos y nuestro pueblo espera de nosotros. Lo conseguiremos en la medida misma en que la sabiduría y la prudencia -y no las pasiones ni los egoísmos ni los impulsos vehementes-presidan nuestra conducta».

Diputado Ernesto Silva M (El Mercurio) – 29 de Septiembre 2012.